Semejanza y comunidad.

¿Puede la ética tener una palabra de peso en política? Pareciera que no, tras largos años en que ambas han sido pensadas como inconciliables. Sin embargo, la fenomenología leída en tanto expresión descollante de la tradición emancipatoria de Occidente puede aún reconducirnos hasta ese estrato de evidencias originarias que se hace patente en la descripción del vínculo intersubjetivo y hallar en él la esencia y el fundamento de toda política bien entendida; esto es, de una política radical que, lejos de orientarse hacia la mezquina defensa de los privilegios se alce en pro de una inclaudicable igualdad. Ella constituye, según argumenta el autor, la vara moral que sustenta, en esta igualdad de derecho, la crítica de toda desigualdad de hecho. Así entendida, la política es alteración y creación que nos ponen ante el desafío de consolidar la siempre contingente institución de la equidad entre los hombres. En otras palabras, la ética así pensada nos pone en el terreno de lo político ante la indeclinable labor de hacer del nuestro un mundo humano.